domingo, 7 de noviembre de 2010

A Propósito del PAPA de Roma.

Dícese a menudo que a nuestros padres y abuelos les ha costado mucho trabajo, grandes luchas y no poca sangre conquistar las libertades que a nosotros nos han legado. Gracias a ellos somos libres al presente, según por ahí se pregona con demasiada frecuencia; mientras ellos no lo eran.
Pero esto no es exacto más que en parte.
A mediados del siglo pasado, se hallaban las gentes mucho más oprimidas, sin duda, que hoy lo estamos nosotros, bajo multitud de razones. Hemos comprobado todo lo que se ha dicho y escrito, sobre aquellos españoles que antes se habían visto obligados a ocultar y callar lo que pensaban, por miedo a las persecuciones, y mi impresión por el estado del alma en el que lo hacían, revelaba un confortable sentimiento de complacencia. Aunque los tuviera angustiados y llenos de encogimiento y miedo.


Pero eso de que ahora ya seamos libres, hay que dejarlo aun lado, al contrario, estamos lejos de ello. No tenemos libertad sino en los programas del corazón á lo sumo. En lo hondo de nuestras entrañas se halla fuertemente arraigada la servidumbre. Quien se resista a reconocerlo no tiene más que fijarse en lo que está pasando con ocasión de la visita del Papa, a las ciudades de Santiago y Barcelona.


Si, este fuese un hombre como otro cualquiera, considerado tal por todos nosotros, no se harían estos descalabros y despropósitos por su visita, que no se pudiesen hacer por cualquier turista que se asoma a nuestro hermoso país. Si fuese un ciudadano como otro cualquiera, no un ser extraño que no pertenece a la ciudadanía (por eso ni es responsable ante las leyes, ni éstas le obligan para nada). Si fuese un ciudadano repito, se le trataría como a otro vecino cualquiera. Pero como no lo es; como no le consideramos igual á nosotros, sino muy superior, una persona que pertenece a una estirpe especial, divina o semidivina (todas las civilizaciones han pretendido encontrar siempre, héroes, dioses, o salvadores a los simples mortales). Por eso no le miramos, ni le tratamos como a otro cualquiera.


Tenemos tan metida en la sangre y tan incorporada a todo nuestro ser la servidumbre ovejuna, que en nuestros actos va siempre sobrentendida la idea, y mejor diría aún el sentimiento de que nuestras vidas no tienen finalidad en si mismas, sino que tan solo vivimos , como la oveja, para comodidad del pastor y mientras al pastor le plazca.


¿ Qué hay de extraño, por consiguiente, en que saltemos de gozo, casi hasta el embeleso, cuando el pastor ( en este caso del rebaño de la iglesia) se “digna” a visitar nuestras ciudades, mirarnos de soslayo en su “vehiculo especial” y hasta ofrecernos una misa a nosotros, viles gusanillos de la miserable tierra???.


Hay que ver como echan las campanas al vuelo, los medios de comunicación, los mismos que se dicen demócratas y hasta republicanos. Y nos explican hasta la saciedad, lo que la “augusta” o “divina” persona, hace a todas horas, como el común de los individuos, (comer, dormir, hablar,…). Solo la convicción, automática y en nosotros a fuerza de ser tradicional, de que su naturaleza no es propiamente humana, sino sobrehumana, puede explicar este galimatías nacional.


Me parece que no exagero, y nadie negará que todo esto suceda, y que al igual de éstas ocurran otras mil y una cosas. (La pasión por algún cantante de moda, la visita de los príncipes, lo que hace Belén Esteban). ¿No se juzga estrafalario a la persona que reflexiona sobre su significado y lanza sobre las mismas un grito de protesta, honda y verdaderamente humana? Por eso representan para mí, conforme he dicho, señales claras de nuestro espíritu de esclavitud. Nos creemos y nos decimos personas libres; pero ¿De verdad lo somos?

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