No nos llama á la pelea la trompeta del guerrero
ni es la patria que ambiciosa nos ordena pelear;
es la guerra que promueve contra el rico el pordiosero
para el hombre aprisionado las cadenas quebrantar...
Ya no hay reyes, ni tiranos, ni alatayas, ni castillos;
ya no hay jefes que nos manden con las armas combatir.
Somos todos los soldados, somos todos los caudillos
que luchamos en el campo y en la calle hasta morir.
Derrumbar el privilegio insultante que degrada
y erigir un áureo trono donde reine la igualdad,
es la enseña de los pueblos, porque en ella va grabada
de los siervos, de los parias la sagrada libertad.
Esa lucha que se acerca no es la guerra maldecida
que forjara esclavizando de los reyes la ambición;
es la guerra de las clases por el genio predecida
y que os lleva !proletarios! la anhelada redención...
Y por eso se levantan sobre el mundo las legiones...
los ejércitos del hambre con mortífero rugir,
que al sonar los fusiles, que al sonar los cañones
caen al suelo proclamando su derecho de vivir.
Las tienieblas se disipan, las cadenas se quebrantan
al caer entre rutinas el postrer usurpador,
y al nacer la nueva era nuevos pueblos se levantan
al reflejo sonrosado de la aurora del amor.
Y al caerse derrumbada la pared del edificio
que cobija en sus dinteles al absurdo capital
surgirá de los escombros del antiguo precipicio
á la luz de las antorchas la canción de Germinal.
Campillos B.Luna
La Revista Socialista Madrid, 1 de abril de 1906.
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